Desde los relieves de las montañas, quiebres se punteaban como caminos mágicos
entre las rocas. Al llover gotas de agua como rocío de cristal caían sobre el
lugar. Brincaban sobre las piedras, bailaban sobre el pasto. Encontradas en su
movimiento magistral. Unían sus rostros invisibles. Un terciopelo efímero.
Una cobija de instantes.
El agua se
escurría, bajaba entre las montañas. Un
deslizadero de frondes y pieles en arcoíris. Dejaba pistas a su paso, desde las
hojas hasta los suelos, migajas dejadas por el caracol de los vientos. Micos,
pájaros, armadillos y grillos en sus cantos a grandes voces bebían el agua que
reposaba en las superficies, mientras ésta descendía los suelos entre capas de
colores, texturas cuales tamices, mallas virtuales entre arena, tierra y roca. Las
raíces de las plantas dispuestas a su espera, le sentían arribar, le halaban
hasta su interior.
Las esporas y
las semillas comenzaban a despertar de su letargo. El agua subía regresaba a
los cielos, ahora a través de los tallos desafiando la gravedad. Volvían al
firmamento transformadas en vapor, como un disfraz; era ya un gas que se
mezclaba con el aire. El agua estaba allí, la misma gota, el mismo rocío sobre
las flores; ocupaba ya la inmensidad de los cielos. Estirando sus partes, sus
moléculas, a tal distancia, pareciendo ya no estar unidas, ser algo nuevo, un
individuo naciente. El agua viajando entre los cielos, observando el universo.
Suspendida en
los cielos regresaría a sus inicios. Se uniría poco a poco, en gotas tan
pequeñas, irreales a las pupilas desnudas, y condensándose una a una, pequeña a
pequeña, aquella imperceptible, sola, sería cerca de sus pares, vista por
primera vez como una gran nube. Una nube, un individuo, hecho con un colectivo
de gotas. Un líquido levitante, un lienzo de los ojos, figuras punteantes,
creadoras de ilusiones, muzas colgantes en el lienzo azul celeste de los
cielos.
La tierra aún
tenía agua de lluvia. Las raíces habían saciado su sed, y sentían pasar cerca a
ellas las gotas en su viaje, una búsqueda de rumbo siguiendo las formas de los
suelos. Uniéndose una a una como imanes; formando arroyuelos. Viajando en todas
las direcciones que les permite la pendiente de la ladera, formando afluentes,
hasta que dos corrientes opuestas buscando un mismo centro se encuentran frente
a frente y chocan para volverse una sola, un arroyo; formando grandes espacios
por los que continuarían su camino, las cuencas. Era de allí de donde un gran
hilo iba creciendo, una quebrada ensanchando su paso; hasta que la confluencia
de varias pasaban a convertirse en un río para perpetuar su camino hasta los
océanos. De la misma forma en que las pequeñas gotas se fueron uniendo en una
corriente para llegar a los ríos, todo es, y hace parte de un gran ciclo;
que se repite desde lo más pequeño hasta la inmensidad. Es el estar
siempre conectados. El Universo es una
gran reacción en cadena. La vida depende de una armonía, una resonante
entre las ondas conformantes, la sinfonía de nuestra existencia.
Una mañana despertó. Reinaba un silencio estruendoso. La lluvia comenzó a caer, dejó construidos bebederos a los que nadie concurrió. No había animales, sólo el vestigio de algunas plumas flotando sobre las aguas. El agua no tuvo quien la bebiese. Anocheció y en una nueva mañana ya sólo se vieron troncos rebanados y sotobosque sofocado. Volvió a llover. Las raíces ya no lograron succionar el agua, no había donde llevarla; quedaría el lugar desolado privado de sus sonidos y alegrías; hasta que al poco tiempo, el lugar era un desierto de tierra, por el que las aguas chapotearían hasta convertirse en fango. Sería ya tanta agua huérfana de su milenario destino, que habiendo superado los límites de sus cauces, comenzarían a inundar los campos y terminaría finalmente inundando una ciudad.
Una mañana despertó. Reinaba un silencio estruendoso. La lluvia comenzó a caer, dejó construidos bebederos a los que nadie concurrió. No había animales, sólo el vestigio de algunas plumas flotando sobre las aguas. El agua no tuvo quien la bebiese. Anocheció y en una nueva mañana ya sólo se vieron troncos rebanados y sotobosque sofocado. Volvió a llover. Las raíces ya no lograron succionar el agua, no había donde llevarla; quedaría el lugar desolado privado de sus sonidos y alegrías; hasta que al poco tiempo, el lugar era un desierto de tierra, por el que las aguas chapotearían hasta convertirse en fango. Sería ya tanta agua huérfana de su milenario destino, que habiendo superado los límites de sus cauces, comenzarían a inundar los campos y terminaría finalmente inundando una ciudad.
Vanessa
Restrepo Schild
2012
Hermoso paisaje, fui una molecula hasta convertirme en oceano, fui la voz del agua, serenamente sobre una gran ola, el viento acaricio mis oidos, susurran el inicio del nuevo ciclo.
ResponderEliminarMuchas gracias por tan bello cuento
Andres :) Muchísimas gracias por tu mensaje. ¡Qué bello que te gustara!
EliminarMe alegra mucho escuchar tan especiales palabras.
Abrazos.
Vane